Mi primer recuerdo
Las farolas del Madrid de los Austrias
Catorce.
Cuando caen las sombras, la luz que ilumina Madrid suele ser de ese tono amarillento que da el tungsteno. Pero en mi ciudad, el alumbrado nunca ha sido homogéneo. Las farolas del Paseo de la Castellana siempre han distado mucho de los faroles y farolillos del Madrid de los Austrias. Las piezas de estilo más moderno siempre han sido objeto de las invariables críticas que desata el mobiliario urbano. Las que evocan formas pasadas, como esos faroles de tres bombillas de la plaza de Oriente, suelen tener una mejor aceptación popular. Tal vez se deba a que traen a la memoria del paisanaje a aquellos faroleros que operaban taciturnos al ponerse el sol cuando el alumbrado aún era de gas.
Uno de aquellos, el encargado del final de la entonces calle del Bosque -hoy del general Asensio Cabanillas- dio lugar a mi primer recuerdo. Ya lo he evocado varias veces, pero volver a hacerlo siempre me maravilla. No consigo ponerle cara, pero es como si mirando a ese empleado municipal a través de la ventana del colegio hubiese abierto los ojos a la vida. Nunca supe su nombre, por supuesto. Abrir el cristal con una vara equipada al efecto, y luego la espita del gas mediante el mismo instrumento. Todo ello con la parsimonia del que lleva toda la vida haciendo una cosa y sólo le pide al futuro -que ya es mínimo- más de lo mismo. Aquella acción suya de cada atardecer inauguró mi memoria. No deja de ser una paradoja que mi primer recuerdo sea el de un desconocido.
Publicado el 18 de noviembre de 2010 a las 10:00.